Testimonio Martín Faunes, hijo del último Director de la JAN

Gustavo Faunes Huidobro fue el último Director de la histórica Escuela Normal José Abelardo Núñez. Sólo pudo ejercer su cargo durante el año 1973, hasta los trágicos hechos ocurridos después del Golpe de Estado.

Martín Faunes, hijo del ex Director, estuvo presente en el 112º Encuentro de Egresados de la EAO/UTE/USACH + JAN (Noviembre de 2013), entregándonos su valioso y emotivo testimonio como hijo, pero también como egresado de la Universidad Técnica del Estado. 


En la fotografía izquierda, Gustavo Faunes con una estudiante de la Escuela Normal JAN. A la derecha, Martín Faunes recibiendo un presente luego de sus palabras en el 112º Encuentro de Egresados.


A continuación, compartimos su discurso y testimonio:

Estimado señor Santiago González, vicepresidente del Consejo Directivo de la Fundación de Egresados y Amigos de la Universidad de Santiago de Chile, en representación del rector de la Casa de Estudios, Doctor Juan Manuel Zolezzi. Estimada señora Dezanka Simunovic Matic, Directora Ejecutiva de la Fundación de Egresados y Amigos de la Universidad de Santiago de Chile. Ex compañeros, compañeras, amigos todos.

Quisiera hacer llegar a esta asamblea el saludo del ex director de la Escuela de Artes y Oficios y hoy Presidente del Instituto O’Higginiano de Chile, el profesor Pedro Aguirre Charlín, el primer director que tuvo la Escuela de Artes y Oficios elegido por votación universal tras la reforma, haciendo notar que este querido profesor fue elegido en su cargo con mayoría de votos en los tres estamentos de la universidad. Él no pudo asistir, por estar en este momento en el pueblo de Calle Larga, inaugurando un museo que allá se construyó en la casa donde nació y pasó su niñez su tío, el ex Presidente Pedro Aguirre Cerda, baluarte de la Educación Pública Chilena. 

He tenido el grato placer de ser invitado a éste, el Ciento Doceavo Encuentro Anual de Egresados de la Escuela de Artes y Oficios, de la Universidad Técnica del Estado de la Universidad de Santiago de Chile y por qué no también de la Escuela Normal Superior José Abelardo Núñez cuyo cierre se conmemora como un luto para la Educación Chilena.
Agradezco entonces esta oportunidad de expresarme ante ustedes, en este magnífico escenario que trae a la cabeza momentos gratos y donde hoy se percibe alegría y ganas de recuerdos. El verbo recordar viene de la latín “corde” que significa corazón y “re” que sería algo así como “rehacer”, o “repasar” o “volver a sentir” que es como a mí me gusta traducirlo. Recordar es entonces “volver a sentir en el corazón” que es lo que percibo en ustedes y lo que siento también en mí mismo.

Vuelvo a sentir en el corazón entonces aquella vez que mi padre y mi madre por alguna razón que nunca supe, me llevaron de la mano y pasearon conmigo por pasillos embaldosados de una enorme frescura, y salimos después a un patio donde habían árboles inmensos, que a mí me parecían todavía más inmensos a los cinco años que tenía entonces.

-Aquí nos conocimos con tu padre -me dijo mi mamá -estudiábamos juntos, nos enamoramos y nos casamos.
Ese patio de buena sombra y de pasillos donde la voz rebotaba, eran los de la Escuela Normal Superior José Abelardo Núñez. Mucho después supe que en esa escuela habían estudiado también mi tata y mi abuela, y que allí se preparaba a muchachos para educaran, y en ciertos períodos aceptaban también a muchachas. Debió ser en una de esas ocasiones de cursos mixtos en que mis padres coincidieron y se hicieron novios. Son muy buenos los cursos mixtos.
Hoy que siento otra vez en el corazón el frescor de esos pasillos y el de aquellos árboles de fronda acogedora, y siento también la ternura de mi madre recordando esos momentos maravillosos que debió disfrutar allí por los quince o los dieciséis, reflexiono sintiendo su sonrisa y el brillo en sus ojos, y me pregunto cómo fue que las Escuelas Normales se perdieron, cómo fue que esos semilleros de promotores del saber con ansias de enseñar verdaderas se quedaron para siempre en el recuerdo.

Vuelvo a sentir en el corazón también, los delantales albos de esas muchachas que venían de las Escuelas Normales a practicar con nosotros su oficio de maestras. Nos tomaban de la mano para guiarnos a que hiciéramos palotes y círculos en lo que ellas llamaban “apresto de escritura”. Siento también en el corazón cuando más grandes las espiábamos por las ventanas viendo cómo les hacían ese apresto de escritura a los más chicos y nosotros ya nos imaginábamos con ellas otras cosas distintas, pero no por eso menos bellas ni tampoco irrespetuosas.

Cómo no recordar las pichangas que jugábamos en contra de los alumnos de la Normal Núñez, nosotros los de la Escuela de Artes y Oficios. Preferíamos jugarlas en el propio patio de ellos, donde, por qué no decirlo, era un momento definitivamente grato porque aunque perdiéramos teníamos siempre el incentivo de conocer a sus compañeras y soñar con sus delantales blancos. Cuántos de nosotros no terminamos casados con alguna de esas abnegadas maestras de la Normal Núñez, de las Normales Femeninas de Santiago, de las de Talca, de las de Valdivia, de las de La Serena.

Recordar a la Normal de La Serena. A ésa Escuela destinaron a mi padre tras egresar de la Núñez y después del Pedagógico de la Universidad de Chile, era también de esa escuela de donde venían las alumnas practicantes a hacernos su apresto de escritura a la Escuela Superior Mixta Número 10 de La Serena que era la mía, ésa que hoy se llama Escuela Japón. Y cumplió allá mi viejo, porque después de algunos años lo trajeron de vuelta y lo pusieron a la cabeza de la Núñez, su alma máter. La Núñez, así la llamaban, y nosotros los de la Escuela de Artes y Oficios la llamábamos también, “la Núñez”, pero no por denigrarlos, sino sólo por ligereza, por lo demás todo el mundo a la Normal Abelardo Núñez la llaman así: “La Núñez”.
Ellos en cambio, llamaban a nuestra escuela, la de Artes y Oficios, “Escuela de Hambres y Sacrificios”, y eso sí era por denigrarnos. Aclaro eso sí, que eso a nosotros no podía importarnos menos. Nos resbalaba. Es que en aquella escuela que ellos suponían de sacrificios y hambres, les tengo que recordar que nos servían a la mesa entrada de lechuga con atún y aceitunas, cazuela y porotos con rienda más longaniza, y de postre mote con huesillos. Claro que para ser franco, habría cambiado todos esos almuerzos extraordinarios, por haber compartido de manera más cercana con las compañeras que ellos tenían. ¿Una cosa por otra? Nooooo nada de eso: qué vivan las muchachas normalistas.

Pero les hablaba de mis padres. Mi madre, profesora normalista, era dulce y buena, nunca fue mi profesora, pero lo fue de innumerables amigos míos que la que la llamaban con cariño, “la señorita Helia me enseñó a escribir”, me contaban amigos míos siendo ya alumnos de Liceo, y yo la imaginaba con sus manos blancas, con sus manos suaves, haciéndolos hacer palotes, como esas normalistas practicantes que tanto amé y no veo por qué no deba seguir amando.

Mi padre fue un caso más aparte, jovial y cercano, era amigo de todos sus alumnos. Pero vino la reforma que se emprendió por los sesenta cuya principal innovación fue alargar la cantidad de años de enseñanza básica de seis a ocho. Y esto que en sí era buena innovación, tendió al fracaso en la medida que no se consideró que para soportar este cambio se necesitaría una gran cantidad de maestros nuevos, y no los había. Se recurrió a un artilugio que provocó aún más dificultades. Se tomó a estudiantes con licencia secundaria y se les llevó a hacer cursos rápidos para titularse de profesores. Se les llamó “los marmicoc”, emulándolos a una conocida marca de ollas que aseguraban cocinar más rápido.

Sería injusto decir que todos esos profesores marmicoc formados de manera tan rápida y precaria resultaron en fiascos. Eso no fue así, sin embargo muchos de ellos sí lo fueron, y gracias a esto la calidad del profesorado empezó a decaer, quizá no por falta de conocimientos, sino por la mística. La mística con que se formaban los que venían de abajo. La mística de esos alumnos de quince o dieciséis a quienes se les enseñaba a hacer de todo, desde cómo debían dirigirse a los alumnos hasta por qué una división por cero era indeterminada y tendía a infinito.

Es necesario destacar un hecho aún más penoso, los directivos del Ministerio de Educación de la mitad de los sesenta no eran profesores ni tenían oficio de tales, y no lograron darse cuenta de la importancia de la mística con que esos profesores eran formados, esa mística con que ellos partían a formar ciudadanos hasta en los lugares más lejanos. La mística de esos verdaderos héroes que los motivaba a ir por los campos, por las poblaciones de la periferia, por los caseríos cordilleranos. Los profesores normalistas se atrevían a meter los pies en el barro y no les importaba, se lo sacaban así no más de las botas y si era arcilloso aprovechaban de enseñar a sus alumnos a hacer cacharros y figuras de greda. Los profesores normalistas enseñaban de todo, a leer y a escribir, a sumar y a multiplicar, pero también a crecer y sobre todo a creer en ideales. Los profesores normalistas aprendían también de sus alumnos, y como decía Paulo Freire, enseñaban a aprender, y a aprehender lo que aprendían. Esos maestros y también esas maestras, adherían a ese pensamiento trascendente que dice “cuando educo, no estoy viendo solamente a la persona que tengo en frente, sino a esa persona en diez, veinte y treinta años más” .

Los profesores normalistas y también las profesoras hacían de consejeros matrimoniales, de electricistas, de asistentes sociales, de enfermeras, de mediadoras en conflictos e incluso de psicólogas y parteras. Las profesoras normalistas eran las hadas de los pueblos, unas especies de reinas bien hechoras o más bien de princesas. Esas muchachas, lindas todas, tenían como parte de su currículum aprender a tocar un instrumento y a leer partituras, y ese conocimiento eran capaces de traspasarlo a sus alumnos. Leer música es como aprender a hablar otro idioma, y como todos sabemos, es sólo el segundo idioma el que cuesta aprender. Dominando dos idiomas el tercero y el cuarto vienen por añadidura.
Esas muchachas, cuál de todas más hermosa, tenían por vocación el educar, y estaban porque todo Chile creciera y saliera del analfabetismo. Cuánta falta nos hacen ahora. Ellas, maravillosas, tenían también el amar por vocación, el amar y el querer. Así mi madre amó a mi padre y tal vez quiso amar también a otros, no puedo saberlo; pero yo amé a muchas normalistas, o no a muchas, sólo a varias. Aunque pude amarlas a todas… al menos eso quise.

Y mi padre vino a Santiago, lo trajeron a formar el Centro de Perfeccionamiento del Magisterio, aquel de Lo Barnechea, iba a ser su primer director, pero surgió algo más importante. “Salva a la Normal Abelardo Núñez”, le pidió su amigo Mario Astorga, Ministro de Educación de Salvador Allende. Y ese “sálvala” era porque instituciones privadas habían visualizado un negocio con los profesores Marmicoc. “Un nicho del mercado”, deben haber pensado. Y había afán de lucro, no lo duden.

Visité varias veces a mi padre en su oficina de Alameda, era entonces un edificio bello y digno, hoy digo con pena que sólo veo una reja y quioscos, muchos quioscos. Pero entonces, insisto, se notaba nobleza. Cada vez que pude crucé por esos pasillos, a mi padre se le notaba entusiasmado. “¿Cómo van tus cosas papá?”. Él me respondía que bien, que cada día más bien, pero que el presupuesto no era para nada alto. Claro, él era resiliente y pujaba con todo su vigor y su esperanza.

Para entonces varias Normales habían cerrado sus puertas. La última fue la legendaria Normal Núñez, en paradoja la primera de su clase creada en Chile en 1842. Se convirtió en la más antigua de Hispanoamérica tan sólo posterior en dos años a la de Massachusetts, en los Estados Unidos. El decreto fue firmado por Manuel Montt, Ministro de Instrucción Pública, y redactado por Domingo Faustino Sarmiento quien fue su primer director. Sus palabras:
"Esta institución debería constituirse en un establecimiento central en que se formen los preceptores, se estudien y aprendan los métodos y se preparen y practiquen las reformas necesarias para la mejora de la enseñanza..."
Hago notar que Manuel Montt, no sólo creó la Escuela Normal José Abelardo Núñez, sino fundó también la Universidad de Chile, la Escuela de Artes y Oficios a partir de la que se formaría después la Universidad Técnica del Estado, hoy Universidad de Santiago de Chile, y creó también más de 500 escuelas primarias.

Quise hacer un post grado en Psicología y me contaron del que hacían en la Universidad de Santiago. “Es el mejor” me dijeron. Vine entonces a postular pensando en que el local sería alguno allá por las instalaciones cerca de la Quinta Normal, o de algo así lejano, porque sabía que la Facultad de Medicina de la USACH estaba por allá. Pero no, la entrevista era en el Edificio de la Normal Núñez, pero no en ese mismo, porque ése donde mi padre trabajaba, lo habían echado al suelo. Subí entonces por las escaleras de la que era la Escuela Anexa a la Normal, ésa donde las muchachas normalistas practicaban sus oficios y se convertían en profesoras. Ésa donde los niños precoces se enamoraban de ellas, de su ternura, de los hoyuelos que se les hacían en las mejillas cuando les sonreían.

Sentí de nuevo en el corazón. Me revotaron otra vez las vivencias por las paredes del cerebro. Allí mi madre habría hecho su práctica, mi madre con su sonrisa, mi madre con su belleza. Sentí entonces que yo era de ahí, que pertenecía ahí, y cuando me comunicaron que había sido aceptado me matriculé de inmediato. Partí después de vuelta a mi trabajo sintiendo otra vez en el corazón la ternura de mi madre y también la angustia de esa noche en que supe que mi padre, el último director que tuvo la Escuela Normal José Abelardo Núñez, no había llegado a su casa y mi madre sólo lloraba. Mi padre el día doce de septiembre fue sacado de su oficina junto a los alumnos que se habían quedado con él desde el día anterior “para proteger a su escuela”.

Viejo querido. Se llamaba Gustavo Faunes Huidobro, fue llevado prisionero al Estadio Chile, junto a profesores y alumnos de la Normal Núñez y de la Universidad Técnica del Estado, que por la misma razón permanecían en su universidad desde el día once.

Tuvieron varios días prisionero a mi padre. Cuando logró volver venía triste pero siempre esperanzado. Y fíjense, me invitan a este Encuentro de Egresados donde se rinde un homenaje a la Escuela de mi padre. Cómo no agradecérselos.

Los invito entonces a aplaudir por las escuelas Normales, por la Educación Pública Gratuita y de Calidad, por la Universidad de Santiago y por la Universidad Técnica de Estado y, por supuesto, por la Escuela Normal Superior José Abelardo Núñez que estará en el corazón de la nuestra República, por todos los siglos de los siglos. 
Es mi palabra, ¡SALUD !

MARTÍN FAUNES AMIGO

* Más historias como estas podremos conocer el jueves 9 de enero, a las 19:00 hrs. en la Sala 871 U. de Santiago (Ex JAN), en la actividad: LECTURA DE TEXTOS NORMALISTAS.

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